Nuestro #vinosqueamamosde hoy está dedicado a Bartolo Mascarello.
La influencia de Bartolo Mascarello sobre Barolo es inconmensurable. Junto a Beppe Rinaldi y Baldo Cappellano se convirtió en el guardián de la denominación tradicional, aferrándose tenazmente a los métodos que le enseñaron sus antepasados: el uso de botti eslovenos de gran tamaño sin rotación y –ante todo– en la renuncia (casi) total y permanente a la parcela única, prefiriendo en vez producir un blend de sus 4 parcelas: Cannubi, San Lorenzo y Rué en Barolo, y Rocche en La Morra. “Un solo sitio no necesariamente es bueno todos los años, especialmente en los años secos, y para ser consistentemente bueno un Barolo necesita las características de compensación mutua de diferentes viñedos.”, decía.
Bartolo nunca se apartó de este camino; fermentaba con las levaduras autóctonas en tinas de hormigón sin control de temperatura. Continuó usando la vieja técnica del “capello sommerso” de mantener semillas y pieles dentro del vino fermentado, en lugar de hacer el pigeage y dejó que la fermentación maloláctica se realizara en su momento.
Durante años, su postura inquebrantable lo tildó de anticuado entre algunos de sus compañeros y críticos. Pero a fines de la década de 1990, las tendencias comenzaron a dar marcha atrás y sus métodos y vinos comenzaron a recibir el apoyo que merecía.
Al morir Bartolo en marzo de 2005, María Teresa –su hija hoy al mando de la Cantina- ya había sido enóloga de facto durante años, trabajando bajo la guía de su padre en silla de ruedas. Aprendió todos sus secretos y absorbió por completo su filosofía, como Bartolo lo había hecho medio siglo antes de su padre Giulio y él de su padre Bartolomeo.
Fiel a la partitura, Maria Teresa logró llevar sus Barolos a un nivel aún más superlativo. Vinos largos y sedosos, de estructura y equilibrio perfectos, emocionantes hasta las lágrimas.
